Intentando obviar los ramalazos de fanatismo y casi de amor que me suscitan Los Nastys, procedo a realizar la crónica de lo ocurrido en el hiper publicitado evento del pasado jueves 24 de Marzo en Costello Club. Las expectativas eran altas, si, primero por el citado acoso publicitario físico y virtual durante todo el mes anterior, segundo por las buenas críticas recibidas por Los Nastys durante los últimos meses, críticas que llegaban de todas partes, incluso de la prensa seria, y tercero, y no menos importante porque si algo han demostrado Los Nastys en estos doce meses es que su crecimiento en el escenario es digno de profundo seguimiento. Su batería, Gonzalo, en cada show se desmelena más y ataca de forma despiadada a su instrumento (me refiero a la batería, insisto), Fran conserva su pose tímida pero gana en cada ocasión en un elegante macarrismo y en una actitud que cada vez se parece menos a su cara de niño bueno, Omar incluso, al bajo, pierde completamente la vergüenza y se lanza a gritar consignas y se le ve cada vez más suelto. Y luego está Luís… que es para asustarse. Porque ya no es sólo una cuestión de carisma o de gancho sobre el escenario, es que en cada concierto se supera con creces, madura como frontman a una velocidad alucinante y cada vez se le nota más y más en su hábitat natural. Y todo esto se multiplicó el pasado jueves por cien. Influye, sin duda, que colgar el cartel de aforo completo en una sala tan agradecida como el Costello levanta la moral a cualquiera; influye también que el público asistente se vuelque (a veces de manera un poco excesiva, todo hay que decirlo) desde el primer minuto y hasta el final del concierto con el grupo, algo que ya habíamos visto en conciertos anteriores de Los Nastys pero que nunca había resultado tan sumamente intenso, y acompaña que los invitados/colaboradores del experimento Homenaje a Eduardo Benavente, comulgaran de una forma tan perfecta con la propuesta de desmadre que planteaban los anfitriones.
El concierto empezó con fuerza, evocando a Benavente y hasta a su hermano, con un primer ataque al homenaje en forma de versión del Autosuficiencia de Parálisis que fue una jodida maravilla; luego se sucedieron los temas a los que nos tienen acostumbrados, empezando por el mejor indicativo del rumbo que llevan, Bola 8, y seguido por algunas de sus mas jaleadas canciones. Todo potencia, puro arte de escenario y el público comenzando a sudar como cerdos, y a oler un poco como gorrinos también; actitud a mares en las tablas, apología de la juerga y un par de hostias de punk en las orejas de los asistentes. Una gozada. Después, y en un momento del concierto que no pudo ser más acertado, los debutantes Trajano! subieron al escenario para la primera colaboración, y qué colaboración… Se tardó un poco en arrancar, pero cuando empezaron a sonar los primeros segundos del mítico Branquias bajo el agua de Derribos Arias la sensación general que teníamos los más mayores es que aquello sonaba incluso mejor que la original, Poch me perdone, pero entre Trajano y Los Nastys consiguieron recrear, rozando la perfección, aquel sonido tan particular del que sólo fueron capaces Derribos. El público era demasiado joven para apreciarlo, pero los que conservamos más en la adolescencia toda aquella movida teníamos los pelos de punta. Y al sonidazo que sacaron, el cantante le aplicó su bestialidad escénica para bordar un homenaje que terminó de definir el enorme comienzo del show. Después la potencia disminuye, como si Derribos les hubiese agotado el ánimo y hubo unos instantes de indiferencia que, vistos con perspectiva, fueron fundamentales para la línea ascendente del final del concierto que comenzó con la participación de la voz de The Parrots, un Diego muy motivado que se dejó la garganta luchando contra el techno y afiliándose al punk por obra y gracia de Larsen.
Uno de los momentos grandes vino casi al final de la noche: la aparición de Carlos Pereiro, de Novedades Carminha, reinventando el Yo quiero ser Alaska de Siniestro Total con una cara de tarado de lo más apropiada para la ocasión, una presencia escénica que dejó al público definitivamente acobardado y que dio pie a un final de concierto típico de Los Nastys al grito de ‘esta canción va de un atracador de bancos’. El Solitario y Madriz es un cementerio daban por concluido el homenaje empujando a la gente a ese momento Vulpess con el que ya habían cerrado en ocasiones anteriores y que para no variar acabó con invasión de escenario y desmadre colectivo, está claro que les gusta ser unas zorras.
Y esa fue la historia: una noche difícil de olvidar, un enorme homenaje a uno de los pocos personajes verdaderamente homenajeables de la Movida Madrileña, un nuevo ejercicio de creación y recreación, la confirmación de que Luis Basilio es un animal con micrófono y un punto de partida único para una banda que sólo puede crecer y que, insisto, mejora y madura a una velocidad que ya quisieran para si la mayor parte de grupitos españoles, y en especial madrileños, debutantes o semi-debutantes que siguen dándole vueltas a lo mismo que se le daba vueltas en Inglaterra hace como diez años… Sin señalar, que está muy feo estar ahí con el dedito…
Fotografía: Davit Ruiz
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